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jueves, 12 de junio de 2014

Los candados del amor.



         



            A pesar de todos los años que uno va acumulando, a lo largo de su larga vida, nunca deja de encontrar cosas que, siempre, terminan por sorprenderle, por llamarle la atención.En muchos casos, querida Filis, esto es algo positivo e incluso deseable. Sin embargo, en otros muchos casos, como este que nos ocupa, es francamente desalentador. Esta mañana repasando la prensa he leído una noticia que me ha dado mucho que pensar (pinchar aquí para leer la noticia). En ese artículo el periodista nos habla de que se ha desplomado una barandilla del puente “des Arts”, en París, como consecuencia del peso de miles de candados que se habían enganchado a ella en lo que, parece ser, se ha convertido en una “moda” entre los “enamorados”. Espero que repares, amiga Filis, en que he entrecomillado, con toda intención, ambos sustantivos.





            Albert Einstein, el gran físico alemán, dejó, entre otras, una frase que pasará a la historia y que creo que, de alguna manera, define muy bien el meollo de la cuestión: “Hay dos cosas infinitas: la estupidez humana y el universo; aunque de lo segundo no estoy muy seguro”. Todos hemos sido jóvenes alguna vez, (aunque hace ya tantos años en mi caso…) y siempre ha sido normal ese estado de “entontecimiento” transitorio que se ha apoderado de nosotros. Sin embargo, y visto desde la atalaya de mis años, observo que en la actualidad han cambiado algunos parámetros, con respecto a aquella época. Fundamentalmente por la banalización y  mercantilización de todo, incluso de las cosas más hermosas, como puede ser el Amor (con mayúsculas). No es un secreto, querida Filis, que en estos tiempos en que nos ha tocado vivir, prácticamente todo ha pasado a ser susceptible de comprarse y venderse. Tengo que advertir, en rigor, que las generalizaciones siempre son injustas y, por supuesto, en este caso también lo serían. Dicho lo cual, sí me gustaría apuntar que estos tiempos de globalización, se ha conseguido uniformizar el pensamiento de todas las personas, haciéndonos, de este modo,“sentir” que pertenecemos a “la tribu global”. Todos vemos los mismos programas, leemos los  mismos libros, vestimos igual, actuamos igual,  somos adictos a las nuevas tecnologías… e incluso amamos y sentimos igual. Sólo así puede entenderse este fenómeno de expresar el amor que sientes por tu pareja agarrando un candado a un puente. Que por cierto, está generando un negocio de pingües beneficios (otra vez volvemos al maldito dinero) No me mires así, querida Filis, sé que si yo lo hiciese dejarías de hablarme para siempre (y con razón).





            En estos tiempos que nos ha tocado vivir en que, por desgracia hasta ahora, todo parecía sencillo de conseguir y podíamos satisfacer, a placer, todos nuestros caprichos, los seres humanos nos hemos dejado ir atrapando en una “apacible y mórbida” molicie, en una comodidad y una necesidad de autosatisfacción constante que ha crecido exponencialmente. Podemos encontrar hombres y mujeres de más de cuarenta (por fijar una edad simbólica) con una inmadurez más propia de un adolescente, en el que una de las mayores preocupaciones es no envejecer y “vivir la vida”. Cuando la gran preocupación no es envejecer sino un miedo patológico a madurar. Con estos mimbres cómo se puede imaginar que se pueda tener una mínima madurez para mantener una relación de pareja. Es lo que los psicólogos y psiquiatras han definido como “el síndrome de Peter Pan” que, por desgracia, y a la vista de la noticia, parece haber alcanzado grado de pandemia.





            Existen muchas maneras de demostrar el amor a tu pareja y, cualquiera de ellas me parecería más adecuada que ir colocando candados por los puentes, para demostrar cuánto se quieren dos personas más cercanas a la jubilación que a la adolescencia. Tal vez sea por mi edad, pero siempre me ha parecido que las demostraciones de amor  no han de pasar, forzosamente, por algo tan prosaico como lo material, como un forzoso e inevitable peaje al consumismo imperante,a la mercantilización de los propios sentimientos ¿Es que voy a demostrar más el amor que le tengo a mi pareja poniendo unos candados en la barandilla de un puente, por continuar con el ejemplo? Ya sé, Filis, que tal vez sea un romántico. Pero para mí el Amor (en este caso con mayúsculas) se puede demostrar, a lo largo de la vida, de muchas maneras: compartiendo risas, silencios y llantos, o, simplemente, sabiendo que hay alguien para quien de verdad eres importante y que, simplemente (ni más ni menos) te ama como eres y quiere compartir su proyecto de vida contigo.





            Las relaciones personales y, en el caso que nos ocupa, sentimentales, han pasado a ser un objeto de consumo (o, mejor dicho, un bien de consumo), en el que la otra persona, la pareja, se convierte en un objeto más (como un coche, un chalet, etc…). Aunque sé que a ti, querida Filis, no te gusta esta expresión, actualmente el plano de las relaciones humanas, y particularmente las sentimentales, se reducen a un “wash&go”, como decía aquel famoso anuncio de un producto cosmético (que me permitiré traducir, con mucha libertad, como usar y tirar). No hace mucho apareció en prensa un estudio acerca de la infidelidad en Europa, haciendo una especial mención a España, basado en una “famosa” página internacional, para más señas, dedicada a citas entre adultos. Los datos eran apabullantes y descorazonadores. Entre un 60 y un 70 % de los españoles han sido infieles a sus parejas.En las conclusiones de este estudio se decía que España estaba a la cabeza de las infidelidades en toda Europa (al menos nos queda el triste consuelo de que destacamos algo en Europa…).





            Sin embargo, puedo entender que los tiempos han ido cambiando, que las costumbres han ido evolucionando (o, tal vez, involucionando) pero, en definitiva lo que yo me pregunto es: con todos estos cambios culturales y sociales, que han sido tan vertiginosos en pocos años, como seres humanos (sustrayéndonos, en esta consideración, de nuestro indudable bienestar material) ¿podemos afirmar que ahora somos más felices? ¿Nos sentimos mejor en nuestro propio pellejo, con nosotros mismos y con los demás, ahora que hace, por poner un caso, un siglo? Si la respuesta fuera que sí, benditos cambios, pero si no fuese así…Yo tengo muy clara la respuesta a ambas preguntas, pero ¿y tú, amiga Filis?.

 Luis Alberto Cao





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