De
sobra sabes, querida amiga Filis, mi animadversión hacia la televisión. Tal
vez, la palabra más adecuada no sea animadversión, con esa fuerte connotación
negativa, tan rotunda, sino más bien sería una “razonada” y “latente” indiferencia.
Intento, más que nada por una cierta “higiene mental”, sentarme ante el
televisor la menor cantidad de horas posible y, siempre, ser lo más selectivo
posible. Por una parte porque es uno de los mayores cronófagos que sufrimos en
la actualidad (y, sin duda, el tiempo es uno de los “tesoros” más importantes de que
disponemos), compartiendo “honores” con internet, todo sea dicho y, por otra parte,
porque es uno de los mayores instrumentos de “adocenamiento” y “zombificación” de la población. Sí, Filis,
ya lo sé, no me mires así. Sé que no compartes, para nada, mi opinión.
Hace unos días leí un artículo en “El Periódico de Catalunya”,
sobre un anuncio televisivo que, ya desde que lo vi por primera vez, me conmovió profundamente y que ha sido
reconocido como el mejor “spot” televisivo en el Festival Internacional de
Publicidad Social (Publifestival) (pinchar aquí para leer la noticia). Este
anuncio expone con toda crudeza las consecuencias de la crisis y cómo esta se
ceba, con especial inquina, en los sectores más débiles y desfavorecidos, como
la infancia, discapacitados, excluidos, marginados, tercera edad, etc, etc…
No hay día en que los medios de comunicación no hablen, constantemente,
de la Crisis pero, sin embargo, a veces, empezando por nosotros mismos,
perdemos la perspectiva de que la Crisis, está formada por muchas pequeñas
crisis (una por cada víctima de ella, una por cada uno de nosotros, porque
todos, en mayor o menor medida, lo somos) que tienen nombres, apellidos,
rostros, circunstancias, ilusiones, sentimientos, esperanzas...
Este magnífico anuncio, amiga Filis, que puedes ver al
final de este artículo, nos narra, de un modo descarnado (¡y tan verídico!),
esa silenciosa tragedia que sufren muchísimas personas, de no poder dar de
comer a su propio hijo. Y lo más dramático es cómo le explicas a tu hijo que él
no puede comer como los demás niños; cómo le puedes explicar que el mundo sólo
se mueve por esa maldita codicia asilvestrada que hace del “hombre un lobo para el hombre”. Lo siento, Filis, pero no puedo
entender cómo puede ser posible que nos ocurran estas cosas. Es incomprensible
que en una sociedad “supuestamente avanzada” pueda haber personas (como tú y
como yo, amiga mía) abandonados a su suerte, auténticos náufragos en una isla
de hostilidad y abandono ante la indiferencia de los marineros que pasan a su
lado Pero, quizás, lo más grave sea ese silencio vergonzante y cómplice de
todos nosotros, ese apartar la mirada, esa inacción de “mientras a mí no me
afecte…”.
Por desgracia este caso no es una excepción, todo lo
contrario. Muchos organismos internacionales, y nada sospechosos, como por
ejemplo UNICEF, han confirmado lo que muchas ONGs vienen denunciando desde hace
ya muchos años. En España, en esta España de la que nuestros políticos (de
todos los colores y partidos) se les llena la boca diciendo que somos una de la
economías más desarrolladas del planeta y que estamos saliendo de la crisis,
muchos niños (muchísimos) sufren de desnutrición y de graves carencias vitamínicas.
En España más de 2,2 millones de niños viven en hogares por debajo del umbral
de la pobreza. El problema, mi querida amiga Filis, es que a fuerza de escuchar
todas estas cifras (tan pavorosas) han terminado por convertirse meramente en
números. Números, sin sentido para nosotros, que nos hacen olvidar que detrás
de cada uno de ellos hay un ser humano, un niño, en definitiva, una tragedia
que ninguna sociedad debería soportar.
Con
motivo de esta noticia he tenido la ocasión de volver a ver este emotivo y
desgarrador anuncio. Te tengo que confesar, querida Filis, que desde esta
mañana en que he leído la noticia y he revisado el video, he pasado un mal día.
Porque un indefinible sentimiento de dolor e impotencia me ha estado golpeando
en lo más profundo de mi corazón. Y ese ha sido uno de los motivos que me ha
empujado a sentarme ante el ordenador para escribir hoy este artículo. Como ya
sabes, amiga Filis, soy una persona ontológicamente optimista y, en este caso
creo que justificadamente. Los españoles somos un pueblo que,
independientemente de todos nuestros defectos (que son muchos), tenemos grandes
virtudes (que también son muchas) y una de ellas, en mi opinión la más importante,
es su generosidad y solidaridad. Y es precisamente ahí donde debemos luchar, no
en esperar, amiga Filis, en las ayudas del Estado, porque, por desgracia,
muchas veces no suelen llegar. Somos nosotros los que podemos ayudar, en la
medida de nuestras posibilidades. La necesidad, el sufrimiento y la pobreza ya
no están muy lejos, como antaño, en países subdesarrollados. Ahora están muy
cerca de nosotros, mucho más cerca de lo que nos pudiéramos imaginar. Porque,
por desgracia, estos dramas, estas tragedias, pueden estar ocurriendo, ahora
mismo, en la casa de tu propio vecino de al lado. Y con un pequeño gesto por
nuestro parte podemos conseguir el “milagro” de hacer sonreír a un niño.
Estoy
muy indignado y enfadado, y siento por ti amiga Filis ponerme así, pero creo
que lo que denuncio en este artículo, no por ya sabido deja de ser necesario
recordarlo constantemente. Y darnos cuenta de que, en contra de lo que mucha
gente opina, todos, absolutamente todos, podemos vernos en una situación como
esta. Tenemos que luchar porque todos los niños puedan conservar la inocencia y
que, cuando abran los ojos, cada mañana puedan seguir creyendo que este mundo
sigue siendo maravilloso y que merece la pena vivir la vida. ¿Puede haber algo
más triste y descorazonador que un niño que ha perdido la esperanza y la ilusión por la vida?.
Luis Alberto Cao.
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