.

.

miércoles, 11 de junio de 2014

El bocadillo mágico.









           De sobra sabes, querida amiga Filis, mi animadversión hacia la televisión. Tal vez, la palabra más adecuada no sea animadversión, con esa fuerte connotación negativa, tan rotunda, sino más bien sería una “razonada” y “latente” indiferencia. Intento, más que nada por una cierta “higiene mental”, sentarme ante el televisor la menor cantidad de horas posible y, siempre, ser lo más selectivo posible. Por una parte porque es uno de los mayores cronófagos que sufrimos en la actualidad (y, sin duda, el tiempo es uno de los “tesoros” más importantes de que disponemos), compartiendo “honores” con internet, todo sea dicho y, por otra parte, porque es uno de los mayores instrumentos de “adocenamiento”  y “zombificación” de la población. Sí, Filis, ya lo sé, no me mires así. Sé que no compartes, para nada, mi opinión.




         Hace unos días leí un artículo en “El Periódico de Catalunya”, sobre un anuncio televisivo que, ya desde que lo vi por primera vez,  me conmovió profundamente y que ha sido reconocido como el mejor “spot” televisivo en el Festival Internacional de Publicidad Social (Publifestival) (pinchar aquí para leer la noticia). Este anuncio expone con toda crudeza las consecuencias de la crisis y cómo esta se ceba, con especial inquina, en los sectores más débiles y desfavorecidos, como la infancia, discapacitados, excluidos, marginados, tercera edad, etc, etc…




            No hay día en que los medios de comunicación no hablen, constantemente, de la Crisis pero, sin embargo, a veces, empezando por nosotros mismos, perdemos la perspectiva de que la Crisis, está formada por muchas pequeñas crisis (una por cada víctima de ella, una por cada uno de nosotros, porque todos, en mayor o menor medida, lo somos) que tienen nombres, apellidos, rostros, circunstancias, ilusiones, sentimientos, esperanzas...




            Este magnífico anuncio, amiga Filis, que puedes ver al final de este artículo, nos narra, de un modo descarnado (¡y tan verídico!), esa silenciosa tragedia que sufren muchísimas personas, de no poder dar de comer a su propio hijo. Y lo más dramático es cómo le explicas a tu hijo que él no puede comer como los demás niños; cómo le puedes explicar que el mundo sólo se mueve por esa maldita codicia asilvestrada que hace del “hombre un lobo para el hombre”. Lo siento, Filis, pero no puedo entender cómo puede ser posible que nos ocurran estas cosas. Es incomprensible que en una sociedad “supuestamente avanzada” pueda haber personas (como tú y como yo, amiga mía) abandonados a su suerte, auténticos náufragos en una isla de hostilidad y abandono ante la indiferencia de los marineros que pasan a su lado Pero, quizás, lo más grave sea ese silencio vergonzante y cómplice de todos nosotros, ese apartar la mirada, esa inacción de “mientras a mí no me afecte…”.




            Por desgracia este caso no es una excepción, todo lo contrario. Muchos organismos internacionales, y nada sospechosos, como por ejemplo UNICEF, han confirmado lo que muchas ONGs vienen denunciando desde hace ya muchos años. En España, en esta España de la que nuestros políticos (de todos los colores y partidos) se les llena la boca diciendo que somos una de la economías más desarrolladas del planeta y que estamos saliendo de la crisis, muchos niños (muchísimos) sufren de desnutrición y de graves carencias vitamínicas. En España más de 2,2 millones de niños viven en hogares por debajo del umbral de la pobreza. El problema, mi querida amiga Filis, es que a fuerza de escuchar todas estas cifras (tan pavorosas) han terminado por convertirse meramente en números. Números, sin sentido para nosotros, que nos hacen olvidar que detrás de cada uno de ellos hay un ser humano, un niño, en definitiva, una tragedia que ninguna sociedad debería soportar.




Con motivo de esta noticia he tenido la ocasión de volver a ver este emotivo y desgarrador anuncio. Te tengo que confesar, querida Filis, que desde esta mañana en que he leído la noticia y he revisado el video, he pasado un mal día. Porque un indefinible sentimiento de dolor e impotencia me ha estado golpeando en lo más profundo de mi corazón. Y ese ha sido uno de los motivos que me ha empujado a sentarme ante el ordenador para escribir hoy este artículo. Como ya sabes, amiga Filis, soy una persona ontológicamente optimista y, en este caso creo que justificadamente. Los españoles somos un pueblo que, independientemente de todos nuestros defectos (que son muchos), tenemos grandes virtudes (que también son muchas) y una de ellas, en mi opinión la más importante, es su generosidad y solidaridad. Y es precisamente ahí donde debemos luchar, no en esperar, amiga Filis, en las ayudas del Estado, porque, por desgracia, muchas veces no suelen llegar. Somos nosotros los que podemos ayudar, en la medida de nuestras posibilidades. La necesidad, el sufrimiento y la pobreza ya no están muy lejos, como antaño, en países subdesarrollados. Ahora están muy cerca de nosotros, mucho más cerca de lo que nos pudiéramos imaginar. Porque, por desgracia, estos dramas, estas tragedias, pueden estar ocurriendo, ahora mismo, en la casa de tu propio vecino de al lado. Y con un pequeño gesto por nuestro parte podemos conseguir el “milagro” de hacer sonreír a un niño.




Estoy muy indignado y enfadado, y siento por ti amiga Filis ponerme así, pero creo que lo que denuncio en este artículo, no por ya sabido deja de ser necesario recordarlo constantemente. Y darnos cuenta de que, en contra de lo que mucha gente opina, todos, absolutamente todos, podemos vernos en una situación como esta. Tenemos que luchar porque todos los niños puedan conservar la inocencia y que, cuando abran los ojos, cada mañana puedan seguir creyendo que este mundo sigue siendo maravilloso y que merece la pena vivir la vida. ¿Puede haber algo más triste y descorazonador que un niño que ha perdido la esperanza y la ilusión  por la vida?.


Luis Alberto Cao.







No hay comentarios:

Publicar un comentario