Esta mañana he escuchado en la radio una
noticia que, a pesar de ser ya conocida, tengo que reconocerlo, me ha dejado,
de nuevo un persistente mal sabor de boca, debatiéndome entre la indignación y
la estupefacción. Ya lo sé, perdona amiga Filis, pero ya sabes que no puedo
evitar indignarme con estas cosas. Pero a pesar de todo busque en Internet la
noticia para poder completar la información que, un poco de soslayo, ya habían
adelantado en la radio (pincha aquí enlace con la noticia).
Mi
indignación, como bien sabes amiga Filis, no es, por supuesto, por la búsqueda
de los restos de “El príncipe de los Ingenios”, todo lo contrario, sino por la
proverbial ignorancia, desidia, abandono y necedad, que a lo largo de la
historia han acampado, y sigue acampando, en nuestro solar patrio.Y más aún con
personajes que, en algunos casos, incluso ya en vida, eran considerados
auténticas glorias del género humano. Y lo siento doblemente porque esta
anacronía y disfunción “cromosómica” me temo que, también, ha sido inoculada a
nuestros pueblos hermanos de al otro lado del Atlántico.
En
mi condición de filólogo y estudioso del Siglo de Oro español no tengo muchas
dudas al afirmar que, nunca jamás en la historia de la literatura,(solo por
constreñirnos al arte de las letras) ha acontecido una ubérrima “acumulación”
de tanto talento, de tantos grandes genios en un lapso temporal tan breve, y
aún mucho más restringido a un ámbito espacial tan estrecho como era la Villa y
Corte de Madrid, a caballo entre los siglos XVI y XVII. En mi opinión no ha habido,
ni probablemente lo habrá, parangón en ninguna de las demás literaturas con
este florecimiento de ingenio y talento. Valga recordar que la obra magna de D.
Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo
D. Quijote de la Mancha, es considerada unánimemente por la crítica
especializada como la precursora de la novela moderna.
Como
bien sabes, amiga Filis, siento una gran envidia y admiración por el amor, casi
reverencial, rayano en la idolatría, que algunos pueblos sienten por sus
grandes hombre. Y esta consideración y veneración nos hablan mucho de su
consistencia como pueblo que, al contrario de lo que nos pasa a los españoles,
que siempre deprecamos y minusvaloramos nuestros logros, sobrevaloran e,
incluso, legendarizan a sus grandes hombres, dotándolos de un halo casi místico
y reverencial. William Shakespeare, que sin la menor duda ha sido uno de los
mayores genios que ha dado la literatura, es considerado como un gloria
nacional y, por supuesto, los lugares por donde transcurrió su vida son objeto
de estudio y admiración. Y, por supuesto, desde el momento de su muerte se le
honró como le correspondía y siempre se ha sabido donde se guardaban sus
restos. Otro tanto podríamos decir de los grandes prohombres de Francia que
descansan reunidos en el impresionante Panteón de París. Pero lo más importante
de todo es que todos estos grandes autores son objeto de estudio y lectura
constante. Me admira y me sorprende que en el Reino Unido se editan y reeditan constantemente
las obras de Shakespeare, por cierto en ediciones de obras completas muy
económicas, bastante más que muchos deleznables libros que se venden como
rosquillas y que ni siquiera justifican su precio ni el papel del que están
hechos. Pero si cabe, eso no sería lo más grave. Lo que más me avergüenza, como
español, es que los estudios punteros sobre nuestro Siglo de Oro, las mejores
ediciones críticas y los más rigurosos trabajos e investigaciones vienen del
extranjero, principalmente de los hispanistas del área anglófona. ¡Qué pena que
una vez más, nos tengan que dar lecciones en el extranjero de amor al estudio
de nuestros clásicos!. (Por desgracia, amiga Filis, esto es extrapolable a
muchos casos más…)
Pero
todo esto, ya de por sí grave, e indiciario de nuestra desidia y abandono, no
es nada comparado con el olvido, con el ostracismo que sectores mayoritarios de
nuestra sociedad han impuesto a sus obras. Por desgracia ya nadie lee a nuestro
clásicos, (con la aquiescencia y la complicidad de todos los gobernantes que
han “pastoreado”, y lo siguen haciendo, a este pastueño pueblo) Como ya te comentaba ayer en mis
habituales,y rutinarios viajes por el suburbano, estuvieron a punto de
“saltárseme las lágrimas” cuando vi que una mujer, que debería frisar la
treintena, estaba leyendo “Los trabajos de Persiles y Segismunda” de Cervantes.
Deliciosa novela que, a la postre, fue su canto de cisne y que, junto con El Quijote se puede considerar como lo
más granado de su obra. De hecho en la dedicatoria del libro al Conde de Lemos,
en 1616, y sabedor de su inminente muerte dejo estas inmortales líneas:
Puesto
ya el pie en el estribo
con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te escribo.
con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te escribo.
Menos búsquedas de los
restos mortales de Cervantes al cabo de los años (que está muy bien); menos
Premios Cervantes (que están muy bien); menos estatuas y palabras
grandisonantes (que están muy bien) y más lectura, divulgación y medios para que
estas inmortales obras (el único patrimonio que ya nos queda) tengan la dignidad
que merecen en la memoria colectiva de nuestro pueblo y en nuestra
idiosincrasia.
Pero,
afortunadamente, no todo está perdido. Hace unas semanas estuve viendo la obra
“La vida es sueño” de D. Pedro Calderón de la Barca interpretada,
magistralmente, por Blanca Portillo y la Compañía Nacional de Teatro Clásico
(ante la que hay que quitarse el sombrero por su benemérita labor en favor de
la cultura). La sala estaba a reventar de un público enfervorizado que había
agotado las entradas para todas las representaciones con varias semanas de
antelación. Quiero ser optimista. Sabes, amiga Filis, que tú siempre me tildas
como un optimista patológico, pero creo que, a pesar de todos los pesares,
queda una rendija, por sutil y liviana que pueda parecer, para que entre la luz
de la esperanza y nos ilumine.
Luis Alberto Cao.
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