.

.

lunes, 9 de junio de 2014

La tumba de Cervantes.






           Esta mañana he escuchado en la radio una noticia que, a pesar de ser ya conocida, tengo que reconocerlo, me ha dejado, de nuevo un persistente mal sabor de boca, debatiéndome entre la indignación y la estupefacción. Ya lo sé, perdona amiga Filis, pero ya sabes que no puedo evitar indignarme con estas cosas. Pero a pesar de todo busque en Internet la noticia para poder completar la información que, un poco de soslayo, ya habían adelantado en la radio (pincha aquí enlace con la noticia).


            Mi indignación, como bien sabes amiga Filis, no es, por supuesto, por la búsqueda de los restos de “El príncipe de los Ingenios”, todo lo contrario, sino por la proverbial ignorancia, desidia, abandono y necedad, que a lo largo de la historia han acampado, y sigue acampando, en nuestro solar patrio.Y más aún con personajes que, en algunos casos, incluso ya en vida, eran considerados auténticas glorias del género humano. Y lo siento doblemente porque esta anacronía y disfunción “cromosómica” me temo que, también, ha sido inoculada a nuestros pueblos hermanos de al otro lado del Atlántico.


            En mi condición de filólogo y estudioso del Siglo de Oro español no tengo muchas dudas al afirmar que, nunca jamás en la historia de la literatura,(solo por constreñirnos al arte de las letras) ha acontecido una ubérrima “acumulación” de tanto talento, de tantos grandes genios en un lapso temporal tan breve, y aún mucho más restringido a un ámbito espacial tan estrecho como era la Villa y Corte de Madrid, a caballo entre los siglos XVI y XVII. En mi opinión no ha habido, ni probablemente lo habrá, parangón en ninguna de las demás literaturas con este florecimiento de ingenio y talento. Valga recordar que la obra magna de D. Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha, es considerada unánimemente por la crítica especializada como la precursora de la novela moderna.


            Como bien sabes, amiga Filis, siento una gran envidia y admiración por el amor, casi reverencial, rayano en la idolatría, que algunos pueblos sienten por sus grandes hombre. Y esta consideración y veneración nos hablan mucho de su consistencia como pueblo que, al contrario de lo que nos pasa a los españoles, que siempre deprecamos y minusvaloramos nuestros logros, sobrevaloran e, incluso, legendarizan a sus grandes hombres, dotándolos de un halo casi místico y reverencial. William Shakespeare, que sin la menor duda ha sido uno de los mayores genios que ha dado la literatura, es considerado como un gloria nacional y, por supuesto, los lugares por donde transcurrió su vida son objeto de estudio y admiración. Y, por supuesto, desde el momento de su muerte se le honró como le correspondía y siempre se ha sabido donde se guardaban sus restos. Otro tanto podríamos decir de los grandes prohombres de Francia que descansan reunidos en el impresionante Panteón de París. Pero lo más importante de todo es que todos estos grandes autores son objeto de estudio y lectura constante. Me admira y me sorprende que en el Reino Unido se editan y reeditan constantemente las obras de Shakespeare, por cierto en ediciones de obras completas muy económicas, bastante más que muchos deleznables libros que se venden como rosquillas y que ni siquiera justifican su precio ni el papel del que están hechos. Pero si cabe, eso no sería lo más grave. Lo que más me avergüenza, como español, es que los estudios punteros sobre nuestro Siglo de Oro, las mejores ediciones críticas y los más rigurosos trabajos e investigaciones vienen del extranjero, principalmente de los hispanistas del área anglófona. ¡Qué pena que una vez más, nos tengan que dar lecciones en el extranjero de amor al estudio de nuestros clásicos!. (Por desgracia, amiga Filis, esto es extrapolable a muchos casos más…)


            Pero todo esto, ya de por sí grave, e indiciario de nuestra desidia y abandono, no es nada comparado con el olvido, con el ostracismo que sectores mayoritarios de nuestra sociedad han impuesto a sus obras. Por desgracia ya nadie lee a nuestro clásicos, (con la aquiescencia y la complicidad de todos los gobernantes que han “pastoreado”, y lo siguen haciendo, a este pastueño pueblo) Como ya te comentaba ayer en mis habituales,y rutinarios viajes por el suburbano, estuvieron a punto de “saltárseme las lágrimas” cuando vi que una mujer, que debería frisar la treintena, estaba leyendo “Los trabajos de Persiles y Segismunda” de Cervantes. Deliciosa novela que, a la postre, fue su canto de cisne y que, junto con El Quijote se puede considerar como lo más granado de su obra. De hecho en la dedicatoria del libro al Conde de Lemos, en 1616, y sabedor de su inminente muerte dejo estas inmortales líneas:


Puesto ya el pie en el estribo
con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te escribo.


Menos búsquedas de los restos mortales de Cervantes al cabo de los años (que está muy bien); menos Premios Cervantes (que están muy bien); menos estatuas y palabras grandisonantes (que están muy bien) y más lectura, divulgación y medios para que estas inmortales obras (el único patrimonio que ya nos queda) tengan la dignidad que merecen en la memoria colectiva de nuestro pueblo y en nuestra idiosincrasia.



            Pero, afortunadamente, no todo está perdido. Hace unas semanas estuve viendo la obra “La vida es sueño” de D. Pedro Calderón de la Barca interpretada, magistralmente, por Blanca Portillo y la Compañía Nacional de Teatro Clásico (ante la que hay que quitarse el sombrero por su benemérita labor en favor de la cultura). La sala estaba a reventar de un público enfervorizado que había agotado las entradas para todas las representaciones con varias semanas de antelación. Quiero ser optimista. Sabes, amiga Filis, que tú siempre me tildas como un optimista patológico, pero creo que, a pesar de todos los pesares, queda una rendija, por sutil y liviana que pueda parecer, para que entre la luz de la esperanza y nos ilumine.


Luis Alberto Cao.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario