He estado en mi antiguo
barrio. En el barrio donde nací. En el de toda mi vida. Hacía bastantes años que
no pasaba por allí; tal vez muchos. Cuando en la vida se empiezan a acumular
los años y, a veces, los sinsabores, las desilusiones y las amarguras, con las
que nos va desgastando la vida, empezamos a perder el sentido del paso del
tiempo y los años se nos empiezan a escurrir entre los dedos, como el agua que
pretendemos retener, obstinadamente, entre nuestras manos. Pero, de vez en cuando,
ocurren acontecimientos que nos hacen ser más conscientes de la brevedad, de la
celeridad con la que la vida pasa a nuestro lado y, muchas veces, nos sobrepasa,
mirándonos con una arrogancia burlona.
Tú, que me conoces bien, amiga Filis, sabes la
importancia que tienen el peso de los recuerdos para mí y, cómo, en la mayoría
de los casos, furtivamente me conmuevo al pasar mis manos por algún viejo
objeto, querido para mí, que tiene la capacidad de retrotraerme
a momentos pretéritos (y, sin duda, más felices) que yacen en su esencia
esperando una caricia, ”un beso de amor”, que los despierte.
Pues bien, como te comentaba, el otro día decidí dar un
paseo al salir del trabajo. Caminé sin prisa, disfrutando de la soleada tarde y
dejándome guiar a donde me quisiesen llevar mis pasos. De este modo, casi sin
quererlo, me fui internando en el dédalo de callejuelas, tan intrincadas y
empinadas, como tú bien sabes amiga Filis, que conforman mi antiguo barrio. Se
trata de un barrio obrero, antaño muy golpeado por la marginalidad y la
delincuencia, que ha quedado encajonado entre barrios modernos con altos
edificios de oficinas que parecen desafiar a los cielos con sus soberbias
agujas que parecen querer herir al firmamento. Tal vez por eso me siento tan
feliz cuando estoy en mi pequeño, frágil y, por desgracia, abandonado y depauperado
barrio. Como ya te figurarás, amiga Filis, cada rincón, cada paso, me evocaban
momentos de mi niñez. Sin embargo, vi que mi barrio ya no era el de mi infancia,
el de mis recuerdos. ¿Qué fue de la entrañable tienda de ultramarinos de Pedro,
que siempre con su bata azul andaba azacaneado, todo el día subiendo y bajando de
la escalera para colocar las latas de conservas, prodigando galanterías a todas
las clientas, siempre con una sonrisa en la cara? Aquella entrañable tienda,
envuelta aún en tantos aromas y recuerdos, ha desaparecido. Ha sido extirpada
de mis recuerdos y de mi vida por una impersonal inmobiliaria decorada con colores
chillones. Y un poco más adelante, en la misma calle, han seguido la misma
suerte la peluquería, donde mi padre y yo nos cortábamos el pelo y siempre me
regalaban una piruleta; la pequeña clínica de D. José donde me ponían las
inyecciones con tanta frecuencia…
Probablemente no lo entenderás, Filis, y pensarás que soy
un pobre tonto sentimental, pero puedes creerme que aquellas desvencijadas
tiendas, aquellas calles empedradas y aquellos caminos de arena que se
embarraban con las lluvias, con su desaparición han arrancado a jirones los retales,
los más entrañables, que han compuesto mi niñez. Aquel barrio tenía vida y
calor humano. Sin embargo hoy las gentes viven durante años unos a al lado de
los otros y, ni siquiera, se reconocen… Todo el mundo dice que tendemos a
idealizar el pasado y a recordar solo las cosas buenas. Puede que tengan razón,
pero lo que sí puedo decir es que todos estos recuerdos de mi infancia son,
para mí, más vívidos y reales que este magma gris (que llaman realidad) y que
nos ahoga.
No
quiero abrumarte más, querida Filis, con todas estas historias de un pobre
viejo soñador. Pero tengo que confesarte que todo ha cambiado tanto que me siento un tanto desconcertado. El paso
de los años ha conseguido hacerme sentir extraño en mi propio barrio y he
deseado escapar de esa nausea. Apreté el paso buscando huir de aquella realidad,
como un pez que boquea con desesperación queriendo encontrar ese oxigeno que le
da la vida, que tanto me alejaba de mi niñez. Al pasar frente a una deslumbrante
y moderna cafetería, donde antes estabas los juegos recreativos, donde pasaba
las tardes de los sábados jugando a la máquinas de bolas, sin querer me he
visto reflejado en un espejo. La imagen que me devolvía la mirada me resultaba
extraña. Aquel hombre de aspecto abatido y envejecido, que desde el fondo del
espejo me seguía mirando, me pareció un desconocido y despertó en mí una
repentina lástima. Sin embargo, en su mirada, escondida tras unas gruesas gafas
de miope, reconocí esa inocencia del niño que empezaba a abrir, expectante, sus
ojos a la vida.
¿Quién
me ha robado mi infancia y juventud? ¿Quién
me ha robado, sin miramientos, sin recato, mis recuerdos y mi inocencia? En definitiva… como
diría ese gran poeta ¿Quién me ha robado el mes de abril?
Luis Alberto Cao.
Luis Alberto Cao.
Muy buenos tus recuerdos Luis ! Yo nací en un pueblo pequeño y mi madre todavía vive allí. Siempre que voy encuentro también que he perdido mis recuerdos, que aquel pueblo se ha convertido en otro. Me faltan los colores, los aromas, las personas. Mi padre tenía un comercio de esos que tu llamas de " ultramarinos" y que aquí llamamos de Ramos Generales y ya hace mucho tiempo que no está, ni otros semejantes.
ResponderEliminarGracias, por este artículo tan hermoso.